Date: Tue, 31 Jan 2012 15:08:58 +0100
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Subject: RE: Clases Particulares Intensivas de Inglés a Domicilio 1 a 1 maestros extranjeros.
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La importancia de fallar
Por Aquiles Julián
A Titi
"Debemos enseñar que no es una deshonra fallar y que se debe aprender a fallar inteligentemente, ya que fallar es el arte más grande del mundo."
Charles Kettering
Lo más absurdo y estúpido es que nos prohíban fallar. Que fallar y equivocarse provoquen burlas, subestimación, choteo y malestar para el que cometió el yerro. Porque ¿habrá algo más inteligente e importante?
Fallar es un signo de que hubo una acción. Y sólo la acción cambia el mundo.
Sin embargo, vivimos en una sociedad que lapida el fallo, en vez de estimularlo. De ahí tantos paralíticos mentales, presos en su miedo a intentar lo que sea, "por temor a fallar". Y quien teme fallar, teme aprender.
Nadie mejor para ser citado en este aspecto que Charles Kettering, el inventor estadounidense al que debemos, entre tantos inventos (acumuló 140 patentes en su haber), el motor de arranque.
Y eso, para no recurrir a la famosísima frase de otro héroe mío, Thomas Alva Edison, célebre por su persistencia en intentar, fallar, corregir y volver a intentar, cuando sentenció: "No he fallado 5,000 veces sino que he encontrado 5,000 maneras diferentes de no hacer una bombilla incandescente, y cada una de ellas fue un pequeño paso hacia delante".
Cuando Erasmo escribió su Elogio de la Necedad de seguro que tuvo en cuenta esta renuencia a fallar que es típica del fracasado. Perseguir el éxito en lo que sea es exponerse una y otra vez al fallo, al error, al fracaso, pues la escalera del éxito está formada por peldaños de fracasos que nos llevan a él. Y no hay otro camino.
Cometer errores es inteligente. Fallar es de genios. Equivocarse sólo lo hacen los más listos. Los demás andan paralizados por sus miedos, repitiendo rutinas inútiles por no exponerse a intentar algo nuevo y distinto. Han sido adiestrados para fallar en sus vidas por su miedo a fallar.
Ya el especialista en finanzas personales Robert Kiyosaki, a quien suelo citar por lo tanto que he aprendido de él, explicó: "Todos sabemos que aprendemos al cometer errores, sin embargo en nuestro sistema escolarizado castigamos a la gente que comete demasiados errores."
O en palabras de la narradora brasileña Clarice Lispector: "Únicamente cuando me equivoco salgo de lo que conozco y entiendo. Si la "verdad" fuese aquello que puedo entender, terminaría siendo tan sólo una verdad pequeña, de mi tamaño."
LAS ETAPAS DEL APRENDIZAJE
Aprender, como sabemos, es un proceso, e implica a todo nuestro cuerpo, a todo nuestro ser.
No es un entendimiento puramente intelectual, no es simple comprensión. Es sobre todo comportamental, es acción.
El simple entendimiento, la simple comprensión, sirven de poco si no lo llevamos a la acción. Sólo al actuar transformamos la información en conocimiento, apropiándonosla, adueñándonos de ella, integrándola a nuestro patrimonio de habilidades y destrezas adquiridas.
En tanto proceso, aprender es la construcción de una competencia, una capacidad de hacer.
Abarca, por ende, el intentar, probar, corregir, replantear, modificar, mejorar, afinar, apuntalar, reorientar, afianzar. Es un proceso de autocorrección que se ve fortalecido si contamos con un buen coach que nos asista, con un mentor que nos dé retroalimentación oportuna, pero que puede operar con altísimo nivel de éxito si no contamos con ellos porque tenemos el mejor coach de todos que es el resultado.
Toda acción genera un resultado. Si comparamos ese resultado contra nuestras expectativas, entonces podremos ir ajustando, cambiando, haciendo las modificaciones oportunas, hasta ir logrando que el resultado satisfaga o sobrepase nuestras expectativas. También puede que las desborde y nos dé algo nuevo, no buscado, y de mayor importancia y utilidad, como sucede con la serendipia, el hallazgo fortuito e inesperado que premia a quien actúa e intenta.
Sabemos que el ciclo de aprendizaje empieza por la incompetencia inconsciente: no sabemos que no sabemos, y por ende no buscamos saber, vivimos confortablemente en nuestra crasa ignorancia de ese tema.
Esta situación cambia cuando introducimos una información (que puede ser un pensamiento generado internamente, claro), que produce una disonancia cognitiva y nos genera desasosiego: entramos a la incompetencia consciente: sabemos que no sabemos.
Llegado a este punto se nos abren dos posibilidades: conformarnos con no saber, sea por considerarlo un esfuerzo mayor al beneficio o por no verle utilidad significativa al aprendizaje que nos obligaría el capacitarnos, o exponernos al proceso de aprendizaje con sus prácticas, sus estudios, sus inevitables errores y fallos. Si escogemos el segundo camino, iniciar el proceso de aprendizaje, entonces comenzamos lo que en el ciclo de aprendizaje se denomina competencia consciente.
Este proceso de prueba y error, de ir construyendo en nosotros el nivel de destreza, experiencia e información apropiadas para merecedor los calificativos que la sociedad otorga a quien sabe una disciplina o un tema. O la categoría en que lo ubica, desde técnico a especialista o a maestro en el género. Como enseñó Aristóteles: "La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica."
Por último, mediante la corrección, la repetición, la automatización ejecucional, iremos alcanzando la maestría, esa aplicación que parece leve, que no requiere mayor esfuerzo, que nace y fluye con gracia, originalidad y espontaneidad, que se nos hace venir de nacimiento, y que es el signo del que se esforzó más, del que se autocorrigió más, del que falló más. El más exitoso, y que se califica como competencia inconsciente. Tan internalizada que el mismo que la posee no sabe cómo explicarla y a veces, ni enseñarla a otros.
FALLAR Y EQUIVOCARSE COMO PARTE DEL APRENDIZAJE
El error no existe, ni el fallo. Existe el aprendizaje.
El error, el fallo y la equivocación existen sólo en relación a nuestras expectativas y deseos. Como aprendí en Programación Neuro-Lingüística, PNL, no existe el fracaso, lo que existe en un resultado no deseado o previsto. Y es una de las maneras en que la vida me retroalimenta.
Una idea semejante la enunció el norteamericano Richard Bach, autor del inolvidable Juan Salvador Gaviota: "No hay errores. Los acontecimientos que atraemos hacia nosotros, por desagradables que sean, son necesarios para aprender lo que necesitamos aprender; todos los pasos que damos son necesarios para llegar adonde hemos escogido."
Probar, intentar, afinar, perfeccionar, explorar, experimentar son todas verbos activos que asociamos al aprendizaje. El resultado no deseado o insuficiente, que es a lo que llamamos error, fallo y equivocación, cuando no fracaso a secas, simplemente nos indica algo con respecto a la cantidad, calidad y pertinencia de nuestro esfuerzo, de forma que los corrijamos, reintentemos y mejoremos.
Incluso los demás operan de la misma manera. El político británico Edmund Burke escribió a ese respecto: "El que lucha contra nosotros nos refuerza los nervios y perfecciona nuestra habilidad."
Ese mismo concepto lo aprendí de John Whitmore, con quien me introduje en el coaching allá por 1997. El contrincante es mi aliado, no mi adversario.
El coaching, precisamente, existe el concepto, tomado de Tim Galway, del contricante interior: contra él competimos. Él es el que intenta desalentarnos, complicarnos, hacernos conformistas. Y nuestra tarea es vencerlo llevándonos a un nivel superior de desempeño. Y el contrincante exterior, al exigirnos estar alerta, entrenar más, enfocarnos y esforzarnos, en realidad es nuestro aliado.
Como el experto en artes marciales y actor de cine y televisión Bruce Lee expresó en una ocasión: "No temas fallar. No es fallar, sino apuntar muy bajo el error. Con grandes aspiraciones, es glorioso incluso fallar."
FALLAR ES PROPIO DEL PROCESO DE ENTRENAR NUESTRAS CÉLULAS
El conocimiento, que siempre es un saber hacer, algo relativo a la calidad del desempeño, es corporal. Y en tanto corporal, celular.
Hoy sabemos que la memoria no se almacena únicamente en el cerebro. Está contenida en todas y cada una de nuestras células. La memoria humana es celular.
Incorporar una información nos lleva a aprender a desempeñar conductas que reflejan esa información y que, por igual, la validan.
Ya el filósofo y político romano Lucio Anneo Séneca, en los primeros años de nuestra Era, sentenciaba: "Necesaria es la experiencia para saber cualquier cosa." Conocer algo no es un asunto intelectual, de simple entendimiento. Implica aplicación, constatación, validación, y la construcción interna de referencias. Y nada de eso se consigue sin práctica.
Al ensayar e ir afinando una acción capaz de producir un resultado previsto, incorporamos las experiencias, destrezas y elementos críticos de ejecución que diferencian al aprendiz del experto.
El conocimiento es celular.
Y no está limitado a las neuronas cerebrales, ni siquiera al aparato nervioso. Es una cualidad de la célula, de todas las células (y está científicamente avalado). Cómo los doctores Ales Loyd y Ben Johnson destacan en su libro El Código Curativo: "Hoy muchos científicos están convencidos de que los recuerdos se almacenan en las células en todo el cuerpo, y no que estén localizados en un sitio en particular."
El mismo Séneca insistió en lo siguiente: "No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas."
Nuestro contrincante interior, el haragán o comodón que todos llevamos dentro, suele mal aconsejarnos para que no emprendamos o para que desistamos.
Desde ese punto de vista, como ya muchos han observado, no existan realmente fracasados sino personas que desistieron, que abandonaron, que se rajaron.
Napoleon Hill, el autor de valiosísimos libros sobre el éxito que recopilan una sabiduría práctica y respaldada por verdaderos logradores, lo dijo en forma bien clara: "Una de las causas más comunes del fracaso es el hábito de abandonar cuando uno se ve presa de una frustración temporal."
Así fue. Así sigue siendo.
¿POR QUÉ NOS AVERGÜENZA FALLAR?
Fallar en prepararse es prepararse para fallar, reza un dicho sobre el tema.
El perfeccionismo, que es una plaga, busca pegarla al primer tiro, niega la progresión, el proceso. Y es una fuente continua de frustración y dolor.
Errar no es de humanos, es más aún, es propio de personas que aprenden. A quien le molesta fallar, le avergüenza aprender.
John C. Maxwell, la mayor autoridad mundial en el tema de liderazgo, tiene un libro fundamental sobre el tema: El Lado Positivo del Fracaso. Allí escribe: "La diferencia entre la gente mediocre y la gente de éxito es su percepción de y su reacción al fracaso."
El aceptar el fracaso, fallar, equivocarse, el error como parte consustancial e importante, valiosa e indispensable, del proceso de aprendizaje reduce a niveles aceptables, manejables y correctos el estrés que siempre genera no alcanzar el resultado propuesto.
Entendemos que nos quedamos cortos, aprendemos de nuestra práctica, hacemos correcciones y volvemos de nuevo a intentarlo.
Cada error nos mejora. Nos pule. Nos hace más sabios.
Como Henry Ford, aquel extraordinario inventor y empresario norteamericano, sentenció con mucho tino: "El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia."
El creer vanamente que las cosas tienen que salirnos bien desde el comienzo, que no podemos fallar, que acertar es una medida de nuestra inteligencia (cuando la verdadera medida de nuestra inteligencia es intentarlo, aprender del fallo y reintentarlo una y otra vez), es lo que nos lleva a avergonzarnos de fallar.
De hecho, en el mundo hay menos fracasados que personas que desistieron de volver a intentarlo, aprovechando la experiencia y el saber adquiridos al fallar.
Fue el mismísimo Henry Ford que lo constató al señalar: "Los que renuncian son más numerosos que los que fracasan."
Y esa renuncia es una demostración de egolatría, de vanidad, de soberbia. Si otros fallan, yerran, se equivocan y fracasan, eso también nos tocará a nosotros, pues es parte de la construcción de la experiencia y el saber humanos. No hay otro camino.
El escritor inglés Charles Dickens lo comprobó al escribir: "Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender."
De ahí que un signo de real inteligencia sea la persistencia, el perseverar en nuestra meta.
Ya el presidente norteamericano Calvin Coolidge escribió unas palabras sobre la persistencia que merecen ser enseñadas una y otra vez a las personas, porque reflejan la construcción de un carácter destinado al éxito: "Nada en el mundo puede tomar el lugar de la persistencia. El talento no puede, nada es más común que hombres fracasados con talento. El genio tampoco, el genio sin premio es casi un proverbio. La educación menos, el mundo está lleno de negligentes educados. La persistencia y la determinación son omnipotentes."
¿QUÉ TIPOS DE FALLOS NOS CONVIENE EXPERIMENTAR?
Al exponernos a fallar, es bueno que busquemos que el fallo no sea catastrófico, ni destructivo.
La creencia en que no se puede fallar nos lleva a descuidar detalles, a embarcarnos en intentos a gran escala sin haber ensayado un piloto previo y puesto a prueba nuestros supuestos. No desarrollamos un Plan B si las cosas no van como previmos.
No tomamos en cuenta el azar, la casualidad, los imprevistos.
Si carecemos de experiencia tenemos que ir construyendo un saber de manera paciente, progresiva y bajo cierto nivel de control.
No podemos dejar que nuestras ilusorias expectativas nos cieguen al nivel de considerar que todo nos saldrá a pedir de boca. Ese es el camino más rápido al desastre.
El conocimiento proviene de la experiencia. El escritor español Benito Jerónimo Feijoo lo resaltó al escribir: "Creo que generalmente se puede decir, que no hay conocimiento alguno en el hombre, el cual no sea mediata o inmediatamente deducido de la experiencia."
Tenemos que tratarnos con mayor bondad. Aceptar nuestra falta de conocimiento y experiencia y disponernos a construirlo. Y eso significa disponernos a fallar todo lo que sea necesario, pero evitando que sean fallos catastróficos.
Una persona que no sabe conducir no toma un vehículo, lo enciende y sale a correr a una autopista.
Por el contrario, busca a un instructor y se va con él a un lugar apartado a practicar para ir incorporando las habilidades básicas de conducción.
El fracaso es una escuela. John D. Rockefeller dijo: "En todo fracaso hay una oportunidad nueva."
Y un autor anónimo escribió: "Todo fracaso es una experiencia y toda experiencia es un exito."
Si todo fracaso, todo fallo, todo error, toda equivocación es una experiencia y toda experiencia es un éxito, pues logramos un saber, nos aporta un conocimiento, nos pule, mejora, afina y perfecciona, entonces, como mi admirado Mario Orsini siempre enseña: "Si el fracaso no existe, el éxito es inevitable."
EL VERDADERO FALLO ES NO EXPONERSE A FALLAR
La ventaja de fallar es que siempre tenemos otro turno al bate, para usar una analogía con el béisbol, o de anotar el gol decisivo. O el canasto ganador.
Siempre tendremos otra oportunidad.
El único error con fallar es retrasar y dilatar el proceso.
Es inteligente, por el contrario, apurarlo para que pase lo más rápido posible.
Si no podemos librarnos de fallar, pues fallemos a mayor velocidad, de manera que el mal trago del fallo ocurra rápido y podamos llegar con mayor premura a las mieles del logro.
Tenemos que asumir el error de manera proactiva. Stephen Covey apunta: "El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo instantáneamente, corregirlo y aprender de él."
Aceptar que fallar es una precondición de aprender nos hace ver que algo útil, incluso deseable. Lo importante es que suceda rápido.
Samuel Beckett, el premio Nobel irlandés, expresó: "Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor."
Fracasar mejor es hacerlo más rápido y poniendo en juego el aprendizaje adquirido.
De hecho, tenemos que no dramatizar el fallo sino aceptarlo como un resultado no deseado y disponernos, a la mayor velocidad posible, a reintentarlo de nuevo.
El proceso de aprendizaje, que conlleva la precisión, las referencias de éxito, la medida exacta, la flexibilidad oportuna, la certeza en el punto, etc., se va dando imperceptiblemente en ocasiones, pero uno nota, y otros notan más que uno a veces, que vamos afinando el tiro, haciéndonos más diestros.
Práctica continua es la clave.
Como el exsecretario de Defensa y secretario de Estado norteamericano, Colin Powell (del que, por cierto, recibí un entrenamiento en el 2010 en San Diego, California), aclaró: "No hay secretos para el éxito. Este se alcanza preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso."
LA IMPORTANCIA DE UN MENTOR
¿Cuál puede ser una diferencia capital en producir un cambio significativo en poco tiempo en nuestro proceso de construcción de un saber operativo válido? El poseer un mentor.
Tener una opinión calificada próxima que nos supervise, corrija, informe, retroalimente, guíe y comparta sus conocimientos y experiencias, tiene un valor de primer orden. Nos evita muchas desgarraduras innecesarias, tropezones que se podían obviar y nos ayuda a mantener la fe en momentos de desaliento.
Nada, claro, sustituye nuestra voluntad. Franklin D. Roosevelt ya dijo en su momento: "En la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado nada."
Ese tipo de personas abundan. Están "esperando su oportunidad" y, mientras, todas las reales oportunidades las dejan pasar. Son los que esperan que todos los semáforos se pongan en verde antes de salir a la calle.
Tienen expectativas fantasiosas.
Y otro tipo, por igual abundante, es el que al primer contratiempo se desalienta, normalmente personas de un ego tan hipertrofiado que consideran que ellos son especiales, privilegiados, merecedores de que las leyes naturales y sociales tengan con ellos una excepción y les libren de todo lo que los demás tienen que pasar.
Son los que aspiran a graduarse sin estudiar ni pasar los exámenes.
El autor y conferencista norteamericano Bob Proctor señaló: "Muchas personas han ido más allá de lo que pensaban que podían, porque alguien pensó que podían." Ese es el invaluable papel del mentor.
Y otro conferencista, Randy Gage, también confirma ese papel: "Busque mentores que hayan logrado lo que usted desea lograr y que se hayan convertido en lo que usted desea ser."
En resumen, todos tenemos derecho al éxito si aceptamos el derecho que tenemos a equivocarnos, fallar, fracasar y errar, o como quiera que lo llamemos.
El fracaso es importante. Fallar es parte de nuestro aprendizaje. No es un baldón. No nos humilla ni nos disminuye. Es parte del proceso de aprender. Y de ello nadie está a salvo.
Siempre que veamos a alguien lucirse en cualquier disciplina, técnica o arte, sepamos que es simplemente alguien que falló más que sus contrincantes y, por ello, desarrolló a mayor nivel sus habilidades, destrezas y conocimientos.
Imitémoslo. Dupliquemos su ejemplo.
La cantidad de celebridades, científicos, inventores y demás personalidades que he ido citando y que nos recomiendan fallar para aprender, muestran que, cuando fallas, te igualas a ellos. Y al hacer lo que ellos hicieron, te preparas para lo que ellos lograron.
Los bobos que se burlan del que falla, son los cretinos que se ríen del que aprende. Se solazan en su ignorancia. Tú escoges entonces a qué ligas quieres pertenecer.
Véalo en mi blog: http://elblogdeaquilesjulian.blogspot.com/2012/01/la-importancia-de-fallar.html
Leer en tiempos de revolución
Por Aquiles Julián
"Hay gente que porque sabe leer y escribir, cree que sabe leer y escribir."
Reynaldo Arenas
Leer es una de las actividades más regocijantes, enriquecedoras, amenas y constructivas que conozco.
Desgraciadamente, malos maestros y un sistema educativo que, con diplomacia, merece calificarse de estúpido y con honestidad, lapidarlo como perverso, en vez de hacernos enamorar del aprendizaje y la educación, nos vacuna contra ellos y terminamos rehuyendo a la actividad más empoderante que podríamos desarrollar, alimentar nuestro cerebro con nueva información vía la lectura.
Nos alfabetizan, pero no nos enseñan a leer.
Nos imponen lecturas agobiantes, aburridoras hasta el cansancio, que no sentimos útiles ni valiosas para nuestras vidas, que no nos enseñan ni siquiera a entender.
Los mismos que nos la prescriben, los profesores, ni leen.
Viven inmersos en sus rutinas docentes, en sus activismos políticos, en su mediocridad existencial, atosigados por sus deudas y presiones financieras, por los conflictos familiares que de ello se derivan, por la incapacidad de tener un excedente qué dedicar a revalidar y ampliar su bagaje cultural e intelectual, desalentados porque la competencia profesional es sustituida por el apandillamiento político, la prosternación oportunista y el chaqueterismo obsceno.
Esa, y no otra, es la realidad de los maestros dominicanos.
¿Podrían ellos, entonces, enseñar a leer y a amar el aprendizaje a nuestros niños y adolescentes? ¿De qué forma?
Los mejores desertan, agobiados por la miseria, escandalizados por el tráfico de influencias, la politiquería nauseabunda, la carencia de valores y principios, el comercio de exámenes y el aprovechamiento de muchos de su posición de poder para derivar beneficios no sólo económicos, sino también sexuales.
Lo que se queda lo hace, no por vocación, sino por condena: no tienen otras opciones disponibles. Y en las aulas descargan su frustración, su incomodidad, su desilusión, su ira. Y quienes pagan las consecuencias son nuestros hijos.
Estamos levantando una sociedad de ineptos.
Y eso lo hacemos en un mundo en que, nunca como hoy, hay tantos medios de actualización, de crecimiento, de aprendizaje.
La Internet está protagonizando una revolución mundial, no sólo del conocimiento, sino también una conmovedora y extraordinaria revolución social. E incluso política.
Pueblos enteros están accediendo a la información. Y eso está remodelando su percepción del mundo.
Cada vez más somos ciudadanos globales.
Podemos expandir nuestra amistad y nuestras relaciones allende nuestras fronteras.
Podemos estar en cualquier lugar y al mismo tiempo asequibles al mundo entero vía la Internet.
La autopista de la información, como se le llamaba a la Internet en los años ´90 (recuerdo que, por entonces, y como consultor de marketing de Herrera Pérez & Cía, animaba a mi amigo querido Ernesto Herrera a que fuese él quien introdujera al país la Internet), es hoy por hoy el invento humano más importante y civilizador después de la escritura.
Y está llamado, como ya lo hace, a protagonizar una de las revoluciones sociales, económicas, culturales, artísticas y mentales más formidables, la mayor en extensión, profundidad y repercusión, más impresionante de todas las que han impulsado hacia adelante a la humanidad.
Ha borrado los límites y la hermanado a las personas.
Hoy vemos la resistencia del ancien régime ante las nuevas realidades. Pero como decía aquella canción: "No lo van a impedir los generales". Ni el FBI tampoco, agrego yo.
Y para decirlo con los hermosos versos de Carl Sandburg: "No se puede impedir que el viento sople".
La sociedad industrial, a cuya desaparición asistimos, en un cambio de modelo social a escala global, creo instituciones que se resisten a desaparecer.
Lo mismo sucedió cuando otra revolución social sacudió al mundo: la revolución burguesa del siglo XVIII.
Los intereses establecidos buscan preservar sus privilegios y espacios, frente al embate de las nuevas tecnologías y los nuevos grupos sociales que emergen como actores del cambio y la transformación. Y no van a ceder sus canonjías y sus irritantes privilegios así por así. Pelearán por ellos.
Nunca ha sido de otra forma.
Pero resistir la tendencia es una lucha condenada a fracasar de antemano.
La Internet es una revolución de profundo impacto.
No es una tecnología cualquiera, es la democratización a niveles extraordinarios de la información, la cultura y el intercambio.
Brillantes cerebros han puesto su creatividad, sapiencia, trabajo y amor para regalar a otros lo que les llevó años adquirir. Así han surgido sitios gratuitos de altísimo impacto cultural, como Wikipedia. O los websites de documentos como www.scribd.com y www.issuu.com . O servicios como www.quedelibros.com
Las redes sociales como www.facebook.com o www.twister.com o www.youtube.com son realidades fabulosas para conocer y darnos a conocer. Y su acogida y popularización, fenómenos masivos que asombran por la rapidez y profundidad en que son adoptados, aceptados y aprovechados.
Ni la economía ni la sociedad aceptan o toleran una marcha hacia atrás, hacia las existencias bovinas, desconectadas y aisladas.
Y desde esa perspectiva, nunca se había escrito y leído tanto como ahora.
Desde desktops y laptops, desde ipads y blackberries, millones de seres humanos diariamente se hacen conocer, oír y leer.
La baja de precio de los artefactos tecnológicos, los agresivos planes de mercadeo de las empresas y todos los planes de financiamiento que se articulan para capturar el interés de los consumidores, hace que cada día más personas accedan a estas tecnologías y amplían inmensamente sus posibilidades de expresión y comunicación.
Allí explenden también nuestras insuficiencias culturales, mentales y formales. Pero eso es un mal menor que irá corrigiéndose en el camino.
Por primera vez muchos tienen la posibilidad real de expresarse, ser escuchado, comunicarse y difundir sus ideas.
Eso es un hecho sin parangón posible en la historia.
De privilegio de minorías que se sentían superiores y exclusivas, la expresión, la comunicación y la divulgación pasan a derechos de mayorías.
Ello asusta inexplicablemente a personas que debieran tener mayor recato y juicio antes de hablar, como Mario Vargas Llosa.
A mí, por el contrario, me entusiasma hasta el desborde. Hace que no quepa en mí.
Destruye el chantaje social que limita y anula, que concede poder a unos en desmedro de otros.
Crea un espacio en que sólo el talento, la originalidad, el tener algo que decir, la autenticidad, imponen su valor.
Lo sé.
Que yo, un escritor de una isla semianalfabeta, pequeña y pobre, pueda tener lectores en más de 65 países, amigos en muchos de ellos, y que mis artículos sean amplificados en espacios y periódicos virtuales de España, como El Libre Pensador, Argentina, como Escribirte.com, Perú, Uruguay, Venezuela, Estados Unidos, etc., sólo es posible por la revolución digital que la Internet facilitó.
Vivimos tiempos revolucionarios.
Y en estos tiempos, la capacidad de leer de manera eficiente será la llave que abrirá el poder de nuestros recursos internos, que nos empoderará y nos impulsará al pleno desarrollo de nuestras potencialidades intelectuales, emocionales y humanas.
De ahí que nunca como hoy es tan importante el saber leer.
El ejercer nuestra competencia.
El sacar el provecho que ella puede brindarnos para permitirnos ser la persona que nacimos para ser, y no la que una sociedad de limitaciones y prejuicios nos condena a ser.
Y este libro es un llamado y un aporte para contribuir a que esa persona emerja y coja el control en mi vida, en la tuya, en la de todos.
Véalo en mi blog: http://elblogdeaquilesjulian.blogspot.com/2012/01/leer-en-tiempos-de-revolucion.html
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