No hay nadie que sea valiente todo el tiempo. Lo desconocido es un desafío constante, y el miedo es parte inseparable de la jornada. ¿Qué se puede hacer? Dialoga contigo mismo. Habla solo. Hazlo aunque los demás puedan pensar que te has vuelto loco. A medida que hablamos, una fuerza interior nos da la seguridad necesaria para superar los obstáculos que deben vencerse. Aprendemos las lecciones de las derrotas que, inevitablemente, vamos a sufrir. Y nos preparamos para las numerosas victorias que formarán parte de nuestra vida. Que quede entre nosotros: los que (como yo) tienen esta costumbre, saben que nunca hablan verdaderamente solos: el ángel de la guarda está ahí, escuchando y ayudándonos a reflexionar. A continuación, algunas historias sobre ángeles. La conversación en el cielo Abd Mubarak iba hacia La Meca cuando, cierta noche, soñó que estaba en el cielo. Allí pudo escuchar la conversación entre dos ángeles. -¿Cuántos peregrinos han venido este año a la ciudad sagrada?- preguntó uno de ellos. -Seiscientos mil- respondió el otro. -Y de todos estos, ¿a cuántos se les ha aceptado su peregrinación? -A ninguno. No obstante, hay en Bagdad un zapatero llamado Ali Mufiq que no caminó, pero al que se le aceptó su peregrinación, y cuyas gracias beneficiaron a los seiscientos mil peregrinos. Al despertar, Abd Mubarak fue a la zapatería de Mufiq, y le contó el sueño. -A costa de grandes sacrificios, logré reunir 350 monedas- dijo, llorando, el zapatero-. Sin embargo, cuando estaba listo para ponerme en marcha hacia La Meca, descubrí que mis vecinos tenían hambre. Repartí el dinero entre ellos, sacrificando mi peregrinación. El mendigo y el monje Un monje meditaba en el desierto, cuando un mendigo se le aproximó: -Necesito comer. El monje, que estaba en sintonía casi perfecta con el mundo espiritual, nada respondió. -Necesito comer- insistió el mendigo. -Ve a la ciudad a pedir ayuda a cualquier otro. ¿No ves que me molestas? Estoy intentando comunicarme con los ángeles. -Dios se puso por debajo del hombre, le lavó los pies, dio su vida por él, y nadie lo reconoció- respondió el mendigo-. Aquel que afirma que ama a Dios (al que no ve) y se olvida de su hermano (que tiene ante los ojos) está mintiendo. Y el mendigo se transformó en un ángel. -Qué pena. Has estado a punto de conseguirlo- comentó antes de partir. Condenando al hermano El abad Isaac de Tebas estaba rezando en el patio del monasterio cuando vio a uno de los monjes cometiendo un pecado. Furioso, interrumpió su oración, y condenó al pecador. Aquella noche, un ángel se le interpuso en el camino hacia su celda, y le dijo: -Has condenado a tu hermano, pero no has dicho qué castigo debemos imponerle: ¿Las penas del infierno? ¿Una enfermedad terrible mientras aún esté vivo? ¿Algunas desgracias en el seno de su familia? Isaac se arrodilló y pidió perdón: -Solté las palabras en el aire, y un ángel las escuchó. Pequé por irresponsabilidad en lo que dije. Olvida mi ira, Señor, y hazme más cuidadoso a la hora de juzgar al prójimo. |
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